¿Estamos consumiendo productos transgénicos? ¿Puede haber en nuestras despensas alimentos con genes de rata, medusa o araña? Quienes se hayan hecho alguna vez preguntas como estas, pueden, desde 2004, respirar tranquilos. O al menos, parcialmente. Desde ese año, la Unión Europea (UE) obliga a todos los países miembros a etiquetar los productos en cuya composición haya más de un 0,9 por ciento de material de origen biotecnológico. En cambio, en EE. UU., el mayor productor mundial de transgénicos, no existe una reglamentación así.
La norma europea, sin embargo, no obliga al etiquetado si entre la planta y el consumidor hay un proceso biológico de por medio. Éste es el caso de un pienso transgénico. El ganadero no está obligado a advertirlo al consumidor. Por eso, el mayor mercado de estos cultivos es el de piensos. Los Verdes calculan que el 98 por ciento del maíz usado para alimentar al ganado es de origen transgénico.
Y por esta razón, la organización ecologista Greenpeace critica la directiva europea por considerarla «incompleta». «Habría que etiquetar la leche, los huevos y la carne», señala el responsable de transgénicos del colectivo, Juan Felipe Carrasco. Este «grave vacío legal», supone, a juicio de Greenpeace, que cada año entren en la cadena alimentaria 20 millones de toneladas de organismos modificados genéticamente «sin que los consumidores sean informados».
A este tipo de contaminación, la directiva europea sobre transgénicos de 2004 la denomina «involuntaria». Para Carrasco, este concepto es «peligroso» porque en la práctica «están entrando en la cadena alimentaria alimentos modificados».
Por su parte, la comunidad científica asegura que resulta «arriesgado asegurar que estamos consumiendo transgénicos» cuando tomamos productos como la carne, la leche y los huevos de animales alimentados con estos productos, ya que los controles sanitarios «son muy estrictos». Así, al menos, lo considera el profesor de Genética del departamento de Biología Celular, Genética y Fisiología de la UMA, Eduardo Rodríguez Bejarano, quien critica «el alarmismo» de los ecologistas.
«Esta claro que no existen tecnologías inocuas, el riesgo cero en la ciencia es imposible, pero de ahí a hacer campaña contra los transgénicos hay un trecho», considera Bejarano, para quien lo importante es «seguir investigando». «Hay que dejar trabajar a los científicos», señala. A este investigador, la normativa sobre etiquetado le parece «suficiente», pero admite que el problema está en la falta de información que le llega al consumidor. «Existe mucha confusión en el tema de los transgénicos», afirma.
Pan transgénico
Para aclarar un poco más el panorama, y siguiendo con los ejemplos de alimentos modificados que pudieran estar presentes en nuestra dieta, una empresa que fabricara, aceite de soja sí que tiene que avisar si ha usado semillas de plantas transgénicas. O, la misma panificadora, tiene la obligación de indicar que usó un modificado, ya que se trataría de procesos mecánicos pero no biológicos.
Sin embargo, la misma empresa fabricante de pan transgénico no tiene que hacerlo si usa harina no transgénica y levadura modificada genéticamente (el porcentaje de levadura en el pan no supera, en ningún caso, el 0,9 por ciento mínimo establecido).
A este respecto, la organización ecologista Greepeace ha elaborada una " Guía roja y verde de transgénicos " -accesible a través de la web
www.greenpeace.org/espana/campaigns/transgenicos-, en la que incluyen un listado de alimentos que tienen en su etiquetado el texto " modificado genéticamente " o " producido a partir de -nombre del ingrediente- modificado genéticamente " . Además, desde ahí piden a los consumidores que colaboren enviando nuevas imágenes de productos.
Pero, sin duda, uno de los aspectos que más dudas despierte entre los ecologistas son las «imprevisibles» consecuencias que para la salud puede acarrear el cultivo de transgénicos. «Las primeras plantaciones de este tipo de semillas son de hace poco más de una década», explica Carrasco. En la UE el cultivo de transgénicos se rigen por una directiva de 1997 en la que se establece que tienen que cumplir con los requisitos de ser «necesarios y útiles, seguros para la salud y el medio ambiente».
Hasta 2004 -año en que entra en vigor la nueva normativa de etiquetado- los únicos productos para los que estaba permitido el cultivo eran la soja y el maíz. Pero la nueva regulación de hace dos años puso fin a la moratoria que desde 1998 pesaba sobre los transgénicos y amplió hasta 17 esa relación. En Europa se han autorizado modificaciones genéticas de colza, maíz, soja, tabaco, achicoria y claveles.
En España, maíz y soja
A pesar de esta apertura de los transgénicos, en la práctica, según explican desde Greenpeace, en España sólo se están cultivando maíz y soja transgénica, principalmente en las tierras de Aragón y Cataluña, una producción que en su mayoría se destina a la exportación y a la fabricación de piensos para el ganado.
«Todas las promesas que lanzan las multinacionales de beneficios para la salud son ficticias, porque en realidad, no sólo en España sino en todo el mundo, lo que se está cultivando únicamente son unos tipos de cereales resistencias a las plagas y con propiedades herbicidas», explica Carrasco.
La última campaña de Greenpeace persigue, precisamente, resaltar el peligro de la coexistencia de los cultivos transgénicos junto a los tradicionales. " Imposible coexistencia " es el título. «El gobierno se ha comprometido a endurecer las normas, pero por ahora no lo ha hecho», denuncia Carrasco.
Fuente: Greenpeace